Los laicos misioneros

miércoles, 27 de junio de 2007

Hablar de la misión de los laicos en la iglesia, después del Concilio Vaticano II, nos pone de frente a la pregunta: ¿Qué modelo de Iglesia estamos construyendo en nuestras comunidades? Y de la respuesta a esta pregunta, depende fundamentalmente la eficacia del Anuncio Evangelizador: Ser mediadores creíbles, de la Salvación para nuestros contemporáneos.

Es importante darse cuenta que el modo en que comprendamos al laico y su participación en la Iglesia, está indicándonos de alguna manera, la concepción de iglesia que tenemos. El Concilio Vaticano II, en la Constitución dogmática Lumen Gentium, nos propone unos modelos eclesiológicos, en los conceptos de Pueblo de Dios, y el de Cuerpo místico de Cristo, donde en una vuelta a los orígenes de la reflexión sobre nuestra comunidad eclesial, el acento está puesto en lo ministerial y no en lo jerárquico-institucional. Y esto parece fundamental, a la hora de hablar de los laicos, su lugar en la iglesia y su vocación misionera.
Dicen los teólogos que, cuando hablamos de laico, inmediatamente se nos presenta como contra cara, en la mente, la idea de clero, e históricamente esto ha sido así. El concepto laico, viene de la palabra griega laos, que significa pueblo, el que no tiene cargo jerárquico-institucional, y es esta idea la que se impuso en la Iglesia; los laicos son los "no clérigos". Este concepto ha tenido una fuerte carga negativa, para los laicos y su desarrollo y participación en la Iglesia; pues si la vida clerical y la vida consagrada eran entendidas como las formas de vida de mayor perfección para alcanzar la santidad, a los laicos se los percibía como ciudadanos de segunda categoría.
La dignidad y pertenencia a la Iglesia pasaba, no por el bautismo, sino por el lugar jerárquico que sus miembros ocupaban, y así la organización piramidal iba desde el Papa, pasando por los cardenales, obispos, sacerdotes, seminaristas, religiosas y laicos. A esto se debe que, cuando en diferentes ocasiones se hace una lectura de la historia de la Iglesia, a partir de figuras emblemáticas que marcaron un período en la misma, estas figuras sean siempre clérigos (presbíteros u obispos) religiosos o religiosas. Con el surgimiento de las misiones, cuando Europa sale, por propias necesidades, a otros continentes, con ellos irán los misioneros, que en todos los casos serán congregaciones religiosas.
Esto está marcando una clara concepción de, cual es el modelo institucional que lleva a cabo la Iglesia y por tanto, quiénes tienen la capacidad para, en tierras de misión, presidir el anuncio. Una relectura de la participación del laico en la Iglesia, va a permitirle un mayor protagonismo. Y esto se debe, a las bases asentadas por el concilio Vaticano II que propuso una vuelta a los orígenes, (a cómo las primeras comunidades entendían la participación en la iglesia) por lo cual, los Padres del Concilio propusieron una lectura, desde otro lugar, para la comprensión de la vocación laical.
Esta lectura teológica, ayudó a reubicar a los actores dentro del escenario eclesial, a partir del sacramento del bautismo, lo que permitió, no ya ubicarlos por cargos jerárquico-institucionales, o funciones a cumplir dentro de la Institución, sino a partir de la dignidad de ser hijos de Dios, miembros de una misma comunidad eclesial, por el bautismo. Y esto cambia radicalmente el modo de comprender el lugar del laico y su misión en la Iglesia.
Hoy en día es común hablar de grupos misioneros de laicos, que están llevando a cabo un proyecto evangelizador en algún lugar de nuestro país, o familias misionera que, han ido de misión ad gentes a otros continentes, sobre todo, trabajando (gracias a Dios) en regiones alejadas y muy pobres, o laicos que coordinan toda la organización de un colegio católico, y esto pareciera que siempre ha sido así, pero no siempre lo fue. Comprender las distintas vocaciones que interactúan dentro de la iglesia, desde una lectura teológica, revalorizándolas a partir del sacramento del bautismo, parece fundamental para una adecuada comprensión del lugar del laico en la iglesia, desde una fundamentación de sentido y no a partir de posibles obras a llevar acabo.
Como todas las instituciones en este momento, también la iglesia está llamada a un fuerte replanteo, en el modo de comprenderse y de organizar sus estructuras y formas de gobierno, y solo con serenidad, pero sin intereses mezquinos, ni ajenos a los del evangelio, será capaz de una respuesta adecuada, de hacer creíble que, toda ella existe para Evangelizar , como nos lo recordara Pablo VI, en la Encíclica, Evangelii Nuntiandi y que es, o tiene que ser, mediadora de Salvación y no un fin en sí misma. Una verdadera participación de los laicos en las estructuras de la Iglesia, supone que puedan asumir con responsabilidad lugares de discernimiento y toma de decisión en los frentes de evangelización. Pero para esto necesitamos poner en acto con seriedad y firmeza, unas nuevas formas de eclesialidad, que en definitiva no serían tan nuevas, pues fueron soñadas por el Señor Jesús, en la novedad del anuncio del Reino que fue un cuestionamiento a la institución religiosa de su tiempo: Una Iglesia toda Ministerio , en una misma condición de bautizados. Todos puestos al servicio de la evangelización y no a la ostentación de cargos jerárquicos. Una Iglesia, cada vez más colegial y democrática , donde las decisiones y cargos se tomen entre todos los miembros de la comunidad eclesial. Una comunidad eclesial, que se comprometa con la historia y sus actores , pues la salvación se realiza en la única historia que conocemos y en la que estamos implicados, como historia de salvación. Una Iglesia profética, comprometida con la Justicia y la Paz, pues el sueño de Dios de ser una sola familia, dista mucho de serlo todavía y esto se debe principalmente a la gran injusticia que a nivel planetario asistimos. Una Iglesia comprometida evangélicamente con los pobres , con las víctimas del sistema neoliberal, en similitud con su Maestro, que se comprometió con los excluidos de su tiempo. Una comunidad eclesial que apuesta por una sólida y crítica formación multidisciplinar , que abarque lo antropológico-cultural, bíblico-teológico y pastoral, de modo de hacer real, una participación adulta desde la fe de todos sus miembros en la Iglesia. En definitiva, la misión del laico , en la Iglesia y en el mundo, no es distinta de la de cualquiera de sus otros miembros, pero hoy comporta una dimensión profética al interno de la comunidad eclesial y eso supone de parte de todos, madurez responsabilidad y un fuerte compromiso de adhesión a unas prácticas evangélicas al estilo de Jesús.


Por Prof. Marcelo Márquez
Fuente: OMP - Argentina

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Comunidad Misionera SIN FRONTERAS, Año 2007



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